Texto: Susana Ávila
Fotografías: Pilar Rudilla y Eugenia Malea
Edición: Diego Caballo
Patagonia se nos antoja lejos y lo está. Pero la lejanía se nos sugiere más por ser un territorio poco habitado en los confines de un continente que va a concluir en, lo que popularmente se conoce, como el Fin de Mundo. Abrir sus puertas y adentrarse por ahí tiene su magia, historia y aventura.
Comenzamos el recorrido desde Buenos Aires, que no es Patagonia, pero por algún sitio hay que empezar y es muy difícil sustraerse a pasar unos días en la capital argentina, fascinante y rica en contrastes que lleva en su “aire” el olor de la carne hecha a la parrilla y la música del tango en su alma.. Pasar por la zona del Congreso, recorrer la Avenida de Mayo, y desembocar en la Plaza de Mayo con la Casa Rosada, la Catedral metropolitana y el Cabildo con un aspecto colonial, aunque poco se parezca a lo que fue en aquellos tiempos. La calle Corrientes que menciona el tango. El barrio de San Telmo, con su antiguo mercado que hoy alterna puestos tradicionales de productos de frutas y verduras con quioscos en los que tomar algo. Y por supuesto, el barrio de la Boca, con sus casas de vivos colores, pintados con la pintura sobrante de los barcos que llegaban a la embocadura del río de la Plata, convirtiéndolo en el barrio canalla, pero dotándolo de un sabor singular.
Los elegantes pingüinos y las mamá-ballenas de Península Valdés
Ya nos metemos de lleno en la Patagonia llegando a península Valdés donde, por instinto natural fueron buscando refugio distintas especies. El tesoro de animales de Valdés es el resultado de la colisión de dos corrientes oceánicas, aguas ricas en nutrientes que crean el hábitat natural de las ballenas. La Península está flanqueada por dos bahías, el golfo de San José al norte y el Golfo Nuevo al sur, que suponen un hábitat natural para la reproducción de la ballena franca austral, lobos y elefantes marinos y gran diversidad de aves.
En el istmo Carlos Ameghino que une la península al continente, y punto más alto de la zona, han establecido un Centro de Interpretación y Museo en el que se detalla el ciclo biológico de las especies que abundan en la zona. Y ya en la península llegamos a Puerto Pirámides donde excursiones organizadas nos llevan a ver las ballenas que han buscado refugio en sus aguas. La ballena franca austral tiene un ciclo que, aunque su vida transcurre en el hemisferio Sur, cerca del Polo, durante el invierno acuden a aguas cálidas para aparearse y dónde regresan para tener a sus crías. También vimos lobos marinos de un pelo y, acercándonos a Caleta Valdés, una colonia de elefantes marinos con su harén.
Un poco más al sur de Península Valdés está el Área Protegida Marina de Punta Tombo, una reserva de fauna donde se ubica una de las principales y más numerosas colonias continentales de pingüinos de Magallanes. Su temporada se extiende de septiembre a abril y cuando llegamos, en el mes de noviembre, estaban en él proceso de empollar sus huevos que nacerán en marzo. No obstante, también tuvimos ocasión de ver algún cortejo identificado por su algarabía de sonidos y aleteo de sus plumas.
Loberías del Sur, fiordos y glaciares en el hemisferio austral
Cruzamos el continente de derecha a izquierda pasando por el espectacular San Carlos de Bariloche, atravesamos los Andes y la frontera para alcanzar las localidades chilenas de Puerto Montt y Balmaceda y llegar a nuestro siguiente destino: Loberías del Sur.
La región de Aysén fue durante mucho tiempo un enclave de loberías, refugios de lobos marinos que venían aparearse y a reproducirse, pero la creación a mediados del siglo pasado de salmoneras, que se han convertido en el motor económico de la región, los ha desplazado.
La compañía chilena Naviera Detroit S.A. cuyo campo de actividad tenía su núcleo en los astilleros en Puerto Montt, diversificó su actividad erigiéndose como promotora del turismo de la región al establecer el hotel Loberías del Sur en la localidad de Chacabuco desde el que acceder a los distintos atractivos de la región.
La excursión estrella es, sin duda, la visita a la laguna San Rafael, una laguna salobre formada por agua marina del fiordo en la que se vierte agua dulce procedente de un glaciar que se forma en el monte San Valentín, pero popularmente es conocido más como San Rafael por su relación con la laguna de este nombre. El catamarán flota entre témpanos mientras miembros de la tripulación recogen hielos milenarios con los que enfriar el whisky. Si las condiciones climáticas lo permiten es posible navegar en una zodiac para acercarse a la gran pared de hielo proporcionando una experiencia extraordinaria.