Un pueblo de cuatro habitantes.
Texto y fotos: Diego Caballo
Subimos a bordo del coche para ir dejando atrás autovías y carreteras nacionales y desembocar en una de acceso local que nos conducirá, muy poco a poco, a ir cambiando el ruido de las grandes ciudades por los silencios del campo. Se acabaron las prisas y empezamos a ser conscientes de la belleza del entorno, con su variada vegetación, mientras podemos contemplar algún corzo en libertad, vuelos efímeros de aves

diferentes, como el aguilucho, o el trinar de pájaros que buscan el sustento sin importarles demasiado nuestra presencia. Atrás, en otros tiempos de mayores penurias, había más terrenos sembrados que atraían a otras especies, como la perdiz, que ahora abunda poco.






