Me van a permitir que me salga en este artículo de lo que es mi línea editorial: La información gastronómica, pero también tiene algo que ver.
Miguel Casas (GUÍA MIGUELÍN)
El pasado día 3 de octubre, a las 7 de la mañana, tenía fiebre, ya llevaba unos días con ella. En un principio la achaqué a una infección en las vías urinarias, de las que soy un “campeón padeciéndolas”, como será que, al menor síntoma, llamo a mi médico y me receta el antibiótico que, en unos días me hace efecto y paso una temporadita, más o menos decente.
Esa fiebre, tenía que haber remitido y no fue así. Me fui a urgencias, a mi Clínica de siempre Nuestra Señora de América, donde tengo mi historia. Allí estuve ingresado veinte días, el año pasado, por una neumonía y un empiema pleural. Lo pasé muy mal, con dos tubos de tórax y una máquina drenando, sacó mucho, pero fue necesario hacerme una decorticación (abrir por debajo de la axila y limpiar la pleura).
En urgencias, vieron mi historial, me hicieron las pruebas y me diagnosticaron Neumonía Bilateral por Sars Cov 2.
Me quedé ingresado, en una habitación del segundo piso, totalmente aislado. Mi familia me envió mis útiles de aseo, una radio pequeñita y un libro.
Mi contacto con el mundo exterior, el teléfono que me comunicaba con mis seres queridos. Recuerdo de mi anterior estancia, que mi familia había hecho turnos para cuidarme. Cristina se quedaba por las noches, mi hermana Luisa, enfermera de profesión, tomó vacaciones para cuidarme, la relevaba por las mañanas para asearme, luego mi otra hermana Lourdes y mi cuñado Pedro, me acompañaban por las tardes y mi hija, me visitaba cuando podía.
Y ahora solo, con todo el día y parte de la noche para pensar y meditar, que es bueno para el espíritu. Aprovechaba para comunicarme con el que entraba en la habitación, la doctora, las auxiliares que hacían la cama y me daban la bata y toallas limpias cada día, la limpiadora que me abrían la ventana y respiraba aire de un jardín anexo, durante el tiempo que tardaba, en hacer la habitación y el baño y por supuesto con los tres turnos de enfermería, que pasaban por la mañana, tarde y noche a tomarte la tensión, la saturación de oxígeno y a ponerme la medicación.
Horas mágicas
Pero había cuatros horas del día, que me parecían mágicas, porque me marcaban las obligaciones del día. Las 9, las 13, las 17 y las 20. ¿Y qué tenían esas horas, que estaba esperando, como agua de mayo? Eran las horas del desayuno, comida, merienda y cena.
Por primera vez, las esperaba con ilusión. Me levantaba de la cama para desayunar sentado y en torno a esas cuatro horas, diseñé mi comportamiento a lo largo del día.
Empezaba con el desayuno y permanecía levantado hasta después de la comida, en ese tiempo, hacía todas mis cosas y me preparaba para recibir a las visitas. La doctora, que me informaba puntualmente de mi estado, las enfermeras/os, que me traían la medicación y el resto de personal auxiliar.
Después de la comida, un poquito de siesta y a levantarme, para cuando llegara la merienda (descafeinado con galletas) y a esperar a la cena.
Las cuatro comidas, las servían en materiales desechables. Bandeja de cartón, cubiertos de plástico, los primeros y segundos en envases de plástico, servilleta de papel que cuando terminabas, iban a un contenedor situado en la misma habitación.
En general, las comidas muy DIGNAS, para lo que es una cocina hospitalaria, muy poca sal, nada de grasas y los primeros en base a cremas: sopas, verduras, pasta, arroces y segundos: carnes, pollo (asado muy rico), pescados variados y de postre fruta y yogures.
El resto del día, los pasaba leyendo y escuchando las noticias de la radio Me enganchó un libro titulado “Ladrones de Tinta” de Alfonso Mateo- Sagasta, que le pedí a Jaime Lucía, mi editor, que me lo envió, de inmediato.
El día 14, me dieron de Alta, seguí con el tratamiento que me mandaron y confinado durante diez días más.
Gracias a Dios, sigo recuperándome y P.A. (Progresa Adecuadamente), eufemismo que inventó la Logse (1990), para calificar a los estudiantes y no estigmatizarlos, con las notas.
Quiero terminar este atípico artículo, dando las gracias a todo el personal que forma parte del equipo médico de la Clínica Nuestra Señora de América de Madrid, que han sido mi familia, durante los días que he estado ingresado.
Muchas gracias.
Nota: Lamento no poder acompañar este artículo con fotos de la comida y de la habitación, porque no las hice. Solicité permiso a la dirección del centro para que me permitieran hacerlas, mediante correo electrónico y he recibido, la callada como respuesta.